POR QUÉ “LA CUMBRE”
Queríamos hablar de
mujeres y de poder.
De mujeres en el
poder, de cómo lo afrontan y cómo se les contempla de un modo especial por
ejercerlo siendo mujeres.
Aún hoy parece un
conflicto no superado. ¿Ha de “igualar”, “emular”, la mujer a los varones,
primordiales ejecutores del rol reservado a ellos durante siglos, o ha de
conducirse de modo diferente por estar dotada de una sensibilidad distinta, por
haber accedido al poder después de tanto tiempo, por saber y sufrir lo que es
carecer de poder?
Para encontrar
contrastes y también similitudes necesitábamos contar con dos personalidades
distintas, fuertes cada una a su modo, ambas conocedoras y ejecutoras del
poder, entendido de maneras diferentes. Buscábamos, como es esencial en la
materia teatral, el conflicto. A ser posible, un conflicto prácticamente
irresoluble.
A partir de ello
rondaba nuestra memoria aquel enfrentamiento entre grandes lobas que fue el
conflicto entre Isabel de Inglaterra y María de Escocia, ese que la leyenda
romántica, unida a los apasionantes hechos históricos, han convertido en
materia del arte.
Robamos a Schiller,
como hicieron otros, la invención de un encuentro que al parecer nunca llegó a
producirse aun estando siempre al filo de lo inminente, y el talento de hacer
que se produzca al borde del abismo, cuando la derrota y la victoria están
teñidas del recurso a la piedad, a la condena o el perdón, pero sin posible
renuncia a la soberbia. Un encuentro en la cumbre. Por medio, el dramatismo sin
resolver de en qué consiste al final la victoria o la derrota, mediando o no la
muerte. Quién gana o pierde pese a perder o ganar ante el mundo.
Hoy las reinas, como
los reyes, ya no ostentan la figura del poder. Las figuras políticas dependen
de partidos o electores. Sólo el poder de las finanzas, el económico, es poder
en definitiva, y actualmente el único que se hereda. Por eso nuestras Isabel y
María son mujeres de empresa. Sus pesadillas son los avatares del mercado, las
tormentas políticas, las presiones sindicales, el ojo implacable de la prensa y
los consumidores. Sus ministros son consejos de administración, sus pactos son
fusiones y sus batallas son opas hostiles.
La histórica prisión
de María puede ser hoy un psiquiátrico. Recluida en las salas que ella misma
fundara un día, aguarda la visita de la única persona que puede salvarla o
condenarla. Isabel espera aún fuera sin decidirse a entrar.
Sabemos que habrán de
terminar por encontrarse.
Fernando Sansegundo
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